LA COMUNA DE PARÍS

H. Prosper-Oliver Lissagary


Prefacio

La Comuna es la base de todo Estado


La comuna era, esencialmente, un gobierno 

de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase

productora contra la clase apropiadora, la

forma política al fin descubierta para llevar a

cabo dentro de ella la emancipación

económica del trabajo


Karl Marx

La guerra civil en Francia


La Comuna de París, escrito por: Prosper-Oliver Lissagaray; relata la historia de una de las primeras revoluciones protagonizadas, de principio a fin, por el pueblo, es decir, por las mujeres, hombres, niños, trabajadores y trabajadoras que habitan la ciudad de París, en 1871. En pocas palabras, por la gente común y corriente que constituye el corazón y la fuerza de todo pueblo.

¿Qué quiere decir esto? Que se trata de una revolución que no fue hecha en nombre de un pueblo ausente, idealizado, representado por esos otros que pretenden saber dónde está su bien y actúan en su nombre para alejarlo cada vez más del poder (1), utilizándolo para alcanzar los ideales o intereses de un puñado de intelectuales, de la burgueses, de oligarquias o tecnócratas. La Comuna de París nos narra la historia de una revolución que en cada momento es protagonizada, elaborada, pensada por el pueblo, es una revolución social en la que el pueblo es actor de su propia transformación.

(1) El Presidente eterno Hugo Chávez fue enfático siempre en sus a locuciones al manifestar que había que acabar con la representatividad a demás de darle poder al pueblo.

En esta obra, Prosper-Oliver lissagaray no se contenta con relatar los eventos históricos de esta memorable revolución, los hechos que precipitaron su desenlace y marcaron su desarrollo, sino que narra «en vivo», paso a paso y detalladamente, los acontecimientos con todas sus contradicciones, sus logros y sus errores. Este relato tiene a la vez el sabor vivaz del testimonio, con sus anécdotas y particularidades-ya que fue escrito por alguien que la vivió en carne propia y participo en ella-y nos ofrece al mismo tiempo las reflexiones y criticas de su comprometido actor social que sabe transmitir el tiempo propio de la revolución que protagonizó, sin idealizaciones ni dogmatismos.

En definitiva este relato nos transmite la emoción de un pueblo que luchó hasta la muerte por defender una idea tan simple y tan nítida que, sin embargo, sigue siendo hoy tan problemática como lo fue entonces para las élites en el poder: «La Comuna es la base de todo Estad» Aserción cristalina cargada de potencia subversiva, en la cual se encuentra la esencia de lo que constituye el verdadero poder popular, directo y protagónico.(2)

(2) El Estado burgués no ha permitido ni permitirá, siempre que pueda, la creación de un poder que le sustituya estructuralmente, como el poder comunal, hoy día en la Venezuela en tiempo de revolución los partidos de la derecha continúan empeñados en mantener las Asociaciones de Vecinos como modelo de organizaciones sociales así como ONG, anteponiendo a los Consejos Comunales y Comunas. No obstante se han visto en la imperiosa necesidad, de aún sin aceptarlo, reconocer que los consejos Comunales y Comunas gozan de legalidad con rango, valor y fuerza constitucional.

La Comuna de París constituye de hecho una de las primeras encarnaciones históricas de gobierno popular y de democracia directa. De esta manera se presenta coma la prefiguración de una nueva organización del Estado en la cual la comuna, como autogobierno popular constituye la célula orgánica del edificio estatal, la base a partir de la cula y para la cual éste se desarrolla.

La Comuna de París, como reivindicación de democracia directa, exigió mucho más que la transparencia, mucho más que la participación; exigió el control real y directo, el poder de autoadministrarse y de autogobernarse; exigió la verdadera soberanía del pueblo, tal como lo exprresa en su Declaración de 19 de abril

¿Qué pide París? ---decía está---, El reconocimiento y la consolidación de la República. La autonomía absoluta de la Comuna, extendida a todas las localidades de Francia.

Los derechos inherentes a la Comuna son: el voto del presupuesto Comunal; el señalamiento y reparto del impuesto; la dirección de los servicios locales, la organización de su magistratura, de su política interior y de la enseñanza; la administración de los bienes comunales; la garantía absoluta de la libertad individual, urbanas y de la Guardia Nacional; que la Comuna se encargue exclusivamente de reunión y vigilar el libre y justo ejercicio del derecho de reunión y de prensa. Nada más quiere París… A condición de que vuelva a encontrar en la gran administración central, delegación de las Comunas federales, la realización de los mismos principios.

Toda revolución se inicia con un punto de ruptura: ¿cuál fue el detonador de la Comuna? Resumamos en pocas palabras los hechos que precipitaron este memorable momento histórico.

En marzo de 1871, los alemanes vencedores de la guerra contra Francia iniciada en julio de 1870 por Napoleón III rodean París. La proclamación de la República, el 4 de septiembre de 1870, consecuencia del derrumbe político, económico y estratégico del Segundo imperio, no impide que la Asamblea francesa, electa el 8 de febrero de 1871, siga siendo mayoritariamente monárquica. El nuevo gobierno supuestamente republicano encabezado por Thiers, concluye una amnistía el 29 de enero (ratificada por la Asamblea el 1 de marzo) contra voluntad claramente expresada de los parisinos, pagando un alto tributo al invasor extranjero: una fuerte suma de dinero y la entrega de varias regiones del norte de Francia, que pasan hacer parte de Alemania.

Pero ahí no acaba la capitulación de Francia:el gobierno seudorepublicano reprime a París, una ciudad acosada por el hambre y la miseria de los últimos meses de asedio, y decide el 18 de marzo de 1871 quitarle al pueblo parisino los cañones comprados gracias a la cotización patriótica.

Este es el punto de no retorno. Ahí empieza la rebelión popular que pocas horas después ya habrá tomado la figura de una verdadera revolución. Hombres, mujeres y niños rodean los cañones, confraternizan con los soldados y de manera pacífica, los recuperan.

Los cañones son y seguirán siendo del pueblo. Ninguna fuerza, ningún seudogobierno republicano de defensa nacional podrá quitarle a los parisinos y a su Guardia Nacional lo que representa su dignidad patriótica. Los parisinos no se entregarán al enemigo, sea éste interno o extranjero.

Aclaremos aquí un punto de suma importancia: ¿qué es esa Guardia Nacional, y por qué el pueblo defiende junto a ella y con tanta determinación, sus cañones?.

La Guardia Nacional, federación republicana, está constituida por batallones conformados de ciudadanos de cada barrio y por oficiales elegidos democráticamente en cada sector. La Guardia Nacional, los «federados», son la nación armada frente a la opresión, es el pueblo en armas.

Los parisinos, los federados, defendiendo sus cañones, defienden entonces no solamente la patria frente al enemigo, sino también una cierta idea de República, una cierta idea de poder popular: Lo que esta en juego aquí son dos visiones de nación: una republicana, democrática y revolucionaria, otrá monárquica, autoritaria eclesiástica.

El 18 de marzo de 1871 los parisinos toman de manera espontánea el control directo de su ciudad. Ninguna organización preparo esta revolución, ni el Comité Central, ni la Guardia Nacional, ni la Internacional. Los miembros del Gobierno huyen a Versalles. Esa misma noche delegados del Comité Central de la Guardia Nacional toman el Hotel de Ville. La Comuna de París había nacido.

En estos días de marzo de 1871 empieza una aventura que durará solamente dos meses, y que sin embargo dará la vuelta al mundo, marcando para siempre las conciencias. ¡Admirable Comuna de París, anunciadora y prefiguradora de tantas esperanzas populares en tan sólo dos meses de vida que supo iniciar una lucha histórica en la cual el pueblo fue el actor de su voluntad soberana!.

Porque ¿quién fue el actor de la Comuna, sino la sociedad popular resistente en carnada en el hombre de la calle, en el hombre común, en el hombre anónimo?. La Comuna de París fue una revolución protagonizada por el pueblo, es de decir, por el hombre corriente, y no por algunos hombres importantes. «La revolución está en el pueblo y no en la celebridad de unos cuantos personajes”.«¿Dónde estaban sus grandes hombres?, se ha dicho: no los había. Y precisamente, la potencia de esta revolución está en haber sido hecha por la medianía y no por unos cuantos cerebros privilegiados».

Por eso no hay que buscar en la Comuna de París el nombre de «un» héroe o de «un» líder fue

la acción de muchos hombres que juntos y sin protagonismos individualistas, supieron constituir, en un minúsculo lapso, una verdadera comunidad revolucionaria.

La primera acción de la Comuna marca el tono: el Comité Central de la Guardia Nacional, qu acaba de tomar el poder ese mismo 18 de marzo de 1871, pretende entregárselo a los parisinos lo más rápido posible. El Comité no se considera gobierno revolucionario, sino el agente que permite al pueblo de París afirmar su voluntad. «El honor, la salvación del Comité se entregaron en un solo pensamiento: revolver el poder a París». Su primera medida, el día siguiente, es decir el 19 de marzo, será llamar a elecciones libres para darle al pueblo de París el ejercicio real y concreto de su soberanía recientemente recuperada. Al cobarde gobierno de Thiers---refugiado en Versalles, ciudad monárquica por excelencia---que no reconoce la legitimidad del gobierno de la Comuna y su derecho a convocar elecciones, el Comité Central dará esta memorable respuesta: «El pueblo tiene el derecho a convocarse a sí mismo. Es un derecho innegable, del que ha hecho uso varias veces en nuestra historia, en los días de gran peligro».

¿Qué gesto más revolucionario que el del Comité, que apenas llegado al poder, se deshace de él para entregárselo a su verdadero dueño, al verdadero soberano, al pueblo que acaba de ganárselo con su lucha heroica? «¿Qué decir contra este poder que apenas recién nacido, habla de desaparecer?».

Las acciones del Comité, en los días que precedieron las elecciones, fueron rápidas y contundentes. Envió delegados que se apoderaron de los ministerios y diferentes servicios de la ciudad, decretó la supresión del estado de sitio, la abolición de los consejos de guerra y la amnistía para todos los crímenes y delitos políticos. Suspendió la venta de los objetos empeñados en Mont-de-Pitié,prohibió a los propietarios despedir a los inquilinos hasta nueva orden, respetó la libertad de una prensa que en regla general arremetió contra él, calumniándolo e insultándolo de la peor manera. Y para las elecciones, reorganizó el mapa electoral de manera más justa.

El 26 de marzo se iniciaron las elecciones y la día siguiente el Comité Central entregó sus poderes a la Comuna. Esta fue proclamada en nombre del pueblo y conformada por los delegados elegidos en cada circunscripción. Ese mismo 26 de marzo, la última declaración del Comité fue más que clara sobre sus intenciones revolucionarias:

Ciudadano, París no quiere reinar, pero quiere ser libre; no ambiciona otra dictadura que la del ejemplo, no pretende ni imponer ni abdicar su voluntad; no aspira a lanzar decretos, más tampoco a soportar plebiscitos, demuestra el movimiento andando, y prepara la libertad de los demás fundando la suya propia. No empuja a nadie a entrar violentamente por la vía de la república; se contenta con entrar en ella primero.

El 26 de marzo de 1871, la Comuna había nacido formalmente. Y la revolución que impulsó entonces no fue solamente política, pues tomó un carácter meramente social. La revolución no se planteaba únicamente cambiare de gobierno, ya que lo que estaba en juego en ese instante era la posibilidad del ejercicio del poder de los verdaderos representantes de la defensa nacional, del pueblo que sólo es capz de los sacrificios necesarios para la transformación social.

La Comuna de París, asamblea de delegados electos, se reunió en promedio dos veces por día en el lapso de sus dos meses de vida para tratar los asuntos de la ciudad, tarea para la cual se dividió en comisiones encargadas de los diferentes servicios administrativos: Comisión Militar, de Hacienda Justicia, de Seguridad, de Seguridad Nacional, de Relaciones Exteriores, de Servicio Público y de Educación.

En este corto tiempo supo poner en marcha lo que serían los principales ideales de la revolución social, poniendo siempre como célula de base del Estado a la comuna, en el centro de la construcción de una práctica revolucionaria autónoma y justa. Es decir, que siempre abogó por el despliegue y la acción concreta de una soberanía colectiva que no se pensara a partir de un modelo individualista, basado dogmaticamente en los derechos inalienables de cada uno, sino que al contrario se elaborara como proyecto comunal, fundado en los derechos de todos, es decir, como proyecto meramente ético y político.

Sus principales medidas revolucionarias y anticipatorias, marcarían para siempre la historia de Francia y las conciencias revolucionarias del mundo entero. Decretó la enseñanza laica, gratuita e integral, el mejoramiento del régimen de las cárceles, la separación de la Iglesia y del Estado, la prohibición del trabajo nocturno, la emancipación y organización de las mujeres, la autogestión de las empresas, la organización en el plan comunal de la policía y del ejercito, la expropiación de los medios de producción no utilizados a favor de cooperativas obreras, la integración de los extranjeros, la organización de la ciudad en comisiones, subcomisiones y consejos comunales,

Es decir que llamó al reconocimiento y consolidación de la República, pero de una República ya no más centralizada, de una República fruto de la federación de todas las comunas de Francia.

Pero no nos olvidemos de lo que da a este relato inigualable su valor eminentemente crítico y reflexivo. Este testimonio no transmite únicamente los acontecimientos revolucionarios ejemplares de la Comuna de París que acabamos de enumerar, sino que nos permite apreciar también cuáles fueron sus principales errores y contradicciones, dándole así las verdaderas claves para poder construir nuestros propios análisis de este increíble evento.

La asamblea de la Comuna de París no evitó ni las luchas partidistas, ni los «impases» propios al ejercicio de un poder que, queriendo ser realmente popular, tuvo que enfrentarse a las contradicciones de gobernar sin despojar de su poder al verdadero soberano, al pueblo. Ella se planteó la dificil tarea de dar forma a un proyecto revolucionario que, por ser espontáneo y del hecho mismo del pueblo, del hombre de la calle, tenía lineamientos generales mas no un programa particular claramente establecido. La Comuna tuvo que consagrarse a la dificil tarea de dar vida a la verdadera voluntad colectiva, es decir a la voluntad de todos, sin caer en luchas fratricidas.

Es verdad que muchas veces la asamblea se enfrascó lamentablemente en debates estériles y partidistas. Sin embargo, una de las lecciones que la Comuna misma nos da, es que no puede ni debe ser leida únicamente a partir de las decisiones tomadas desde el Hotel de Ville.

La Comuna fue, sobre todo, la puesta en practica de una revolución protagonizada por todo un pueblo, desde cada barrio, cada municipio, con sus contradicciones y sus graves errores y que defendió, hasta su último aliento, su revolución social.

¿Dónde está su programa dice Ud.? Búsquelo Ud. ante sí, no en ese Hotel-de-Bille que

tartamudea. Estas fortificaciones humeantes, estas explosiones de heroísmo, estas mujeres, estos hombres de todas las profesiones, confundidos, todos los obreros de la tierra aplaudiendo nuestra lucha, todas las burguesías coaligadas contra nosotros, ¿no expresan el pensamiento común, no dicen claramente que aquí se lucha por la República y por el advenimiento de una sociedad social?

El relato que nos ofrece Prosper-Olivier Lissagaray nos permite pensar, a partir de las contradicciones que hacen de la Comuna de París un evento particular en la historia de las revoluciones sociales, ofreciéndonos la posibilidad de ver en ella sus más grandes y tristes acciones, y entregándonos de esta manera la clave par elaborar una verdadera reflexión y hacer de este evento memorable la materia para nuestro quehacer social.

¿Cómo terminó esta episodio histórico? La represión metódica de la Comuna de París, de la llamada «semana sangrienta», quedo para siempre en el recuerdo como una terrible matanza de la clase obrera del pueblo Parisino, que hoy día sigue siendo recordada por las conciencias revolucionarias del mundo entero «Son estas jornadas de furia y sangre uno de los mayores eclipses de la civilización que de los Césares acá hayan ensombrecido a Europa».

El gobierno de Thiers, después de dos meses de espera, decidió recuperar el poder de París, y asaltó la ciudad de una manera salvaje y asesina. La lucha fue desigual, y los métodos utilizados por los versalleses, inhumanos: fusilando hombre, mujeres y niños que encontraron a su paso, disparando contra ls ambulancias, bombardeando la ciudad sin tregua ni piedad...las matanzas en masa duraron hasta los primeros días de junio y las ejecuciones sumarias hasta mediados del mismo mes (…) Jamas se sabrá el número exacto de las víctimas de la semana sangrienta. El jefe de justicia militar confesó que había habido diecisiete mil fusilados. El Concejo Municipal de París pagó la inhumación de diecisiete mil cadáveres; pero un gran número de personas fueron muertas o encencerradas fuera de París. No es exagerado decir que llegaron a veinte mil, cifra admitida por los funcionarios oficiales.


 

Los miembros de la Comuna resistieron de manera heroica, aunque desorganiza y descoordinada, barrio por barrio, calle por calle, barricada por barricada, casas por casa, sabiendo de antemano que la lucha estaba perdida.

Porque el pueblo de París luchaba no solo por defender su propia causa, por defender una cierta idea de la República Francesa, sino que luchaba por la humanidad entera, por mostrar al mundo que la lucha por la revolución es inmortal, y que aunque se puede matar a los hombres, no se puede acabar con el aliento revolucionario. Sin embargo el avance del ejército de Versalles fue avasallente. El XXVIII de mayo, la última barricada de la Comuna cae.

Para justificar y asegurar la represión, el gobierno de Thiers, como todos los gobiernos reaccionarios, inventó muchos «mitos» so0bre los miembros de la Comuna, transformándolos y reduciéndolos a asesinos alcohólicos, ladrones y bandidos, utilizando la prensa como medio propagador de odios y temores: Uno de los más patentes fue el de las «petroleras»:

Entonces fue cuando se inventó la leyenda de las petroleras que, Propalada por la prensa, costo la vida a centenares de desgraciadas. Corrió el rumor de que las furias lanzaban petroleo ardiendo a los sótanos. Toda mujer mal vestida o que lleva un cacharro para leche o una botella vacía, puede ser acusada de petrolera. Arrastrada, despedazada, la matan a tiro de revolver contra la pared más próxima.

Thiers organizó una persecución pos todo París, llamo a la delación, pidió la extradición a toda potencia extranjera de los fugitivos. Y los miembros de la Comuna que no fueron fusilados fueron almacenados como animales en la Orangerie de Versalles-donde la buena sociedad parisina venis a verlos como en un sociológico, en los parques, estaciones de tren, alcaldías donde después una parodia de juicio fueron ejecutados y deportados en masas miles de hombre, mujeres y niños. Los juicios fueron montados sobre las bases de acusaciones falsas, convirtiendo a la Comuna en un simple asunto de incendiarios, de alcohólicos o degenerados sexuales.

La enumeración final que nos hace el autor es impresionante: veinte mil hombres, mujeres y niños, muertos durante la batalla o después de la resistencia en París y en provincia, tres mil, por lo menos, muertos en depósitos, en los portones, en los fuertes, en la cárceles, en Nueva Cadelonía, en el destierro, o de enfermedades contraídas en el cautiverio; trece mil setecientos condenados a penas que para muchos duraron nueve años; setenta mil mujeres, niños y viejos privados de su sostén natural o arrojados fuera d Francia; ciento diete mil victimas, aproximadamente. Tal es el balance de la alta burguesía por la revolución de dos meses del 18 de marzo.

Lo que tenemos que rescatar de la Comuna de París no es una forma petrificada o estereotipada de la revolución sino, al contrario, el impulso entusiasta de un pueblo que supo advertir y frenar la república burguesa que estaba consolidándose, logró fisurar para siempre la confianza de los que creen que el pueblo puede ser callado con migajas de democracia. Lo que hay que celebrar entonces de la Comuna, más allá de sus torpezas y sus miserias, es su real y actual potencia revolucionaria.

La Comuna de París hizo de la participación popular una práctica de las identidades que conforman ese «estar juntos» propio de toda ciudad y de sus comunas, a partir de una apertura meramente integracionista. Es decir que delineó el cuadro de lo que constituye hoy día el horizonte de todo proyecto que ve en la democracia participativa el único camino hacia la revolución, a partir de la reapropiación del poder popular por y a partir del mismo. Reapropiación que no se limitó a pensar su ejercicio y actividad como conjunto de derechos formales (sean éstos políticos, sociales o económicos), sino que elaboró su acción como verdadera dinámica de resistencia popular y de transformación de lo político, anclada en la vida cotidiana de las múltiples comunidades que conforman el pueblo.

De esta manera creó un nuevo paradigma para pensar la esencia del poder estatal, la de un poder que tiene que estructurarse de abajo hacia arriba, es decir, desde la célula de la comuna hasta los órganos principales del Estado. La Comuna de París nos invita a reelaborar; a transfigurar las nociones clásicas que establecen el sentido de la circulación del poder en el seno del Estado. La herencia revolucionaría que ella nos deja no es la un modelo inmóvil sino que al contrario, nos confronta con la responsabilidad de pensar y elaborar un nuevo Estado, en el cual las decisiones no emanan de los ministerios polvorientos sino de las comunidades organizadas, que tiene que dar a los órganos decisorios del Estado la dirección y materia para subsumir la diversidad que las define en una unidad orgánica. Haciéndola de esa manera circular en la nación entera.

La Comuna de París debe vivir en nosotros como la esperanza siempre viva de la realización de una democracia directa realizando la autoemancipación del pueblo , y como la promesa de una verdadera revolución social. Como dijo Marx de ella « Era la primera revolución en que la clase obrera fue abiertamente reconocida como la única capaz de iniciativa social». No fue ni será la última.

Thiers creyó que la masacre y la represión metódica servirían como ejemplo para las generaciones futuras. No supo a qué punto estas masacres contribuyeron a hacer inmortal la Comuna .

Como dijo Victor Hugo, «El cadáver está en tierra, y la idea en pie».

Ximena González Broquen











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