La Historia de las armas venezolanas entregadas a Fidel Castro por La Operación Cóndor en 1958
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La Historia de las armas venezolanas entregadas a Fidel Castro por La Operación Cóndor en 1958
Archivo:1959. Enero. Fidel Castro y Wolfgang Larrazábal
Archivo:1959. Enero. Fidel Castro y Wolfgang Larrazábal
Otro
zamarro de la política, el general Gómez y sus sucesores inmediatos,
López y Medina, prefirieron mantenerse al margen en materia de “ayudas” e
intervenciones en asuntos de terceros países. La coyuntura
internacional que abarcaría incluso dos guerras mundiales tampoco daba
cabida para ese tipo de cosas.
Pero
nuestro espíritu solidario, la imagen de Bolívar Libertador y nuestra
tendencia a meternos donde no se nos llama, no tardaría en manifestarse
de nuevo. Entre 1946 y 1948 La Junta, presidida por Betancourt, se
constituiría en factor importante en la organización y actuación de la
Legión del Caribe, cuyo mayor logro sería la derrota del presidente
Calderón en Costa Rica y la asunción al poder de José Figueres.
Somos históricamente nobles, solidarios, .
Un Bolívar para la Sierra Maestra
Tras
la salida del poder del general de división Marcos Pérez Jiménez, se
constituyó una junta militar presidida por el contralmirante Wolfgang
Larrazábal Ugueto. En aquellos días la sociedad venezolana se encontraba
embriagada con los aires de democracia, después de diez años de
gobierno militar.
Apenas
un mes después de esos hechos, el 22 de febrero de 1958, se funda en
Venezuela el Comité en el Exilio del Movimiento 26 de Julio, que quedó
integrado por Francisco Pividal Padrón como Coordinador Nacional, Oscar
Villar Fernández, Juan José Díaz del Real, Sergio Rojas Santamaría,
Jorge Rodríguez González y Gustavo Arcos.
Para
el mes de junio son organizadas en toda Venezuela 36 seccionales del
Movimiento y habían logrado recaudar a través de diferentes actividades
financieras la cantidad de 219.579,51 dólares, fundamentalmente en la
campaña de recolección de fondos denominada “Un bolívar para la Sierra
Maestra”, que dentro del clima de euforia democrática que se vivía, gozó
de gran aceptación dentro de la ciudadanía.
La
nobleza venezolana no tendría prácticamente límites. El abogado
Francisco Pividal exilado cubano y jefe de la Sección Venezuela del
Movimiento 26 de julio, fue contratado como profesor de la Escuela de
Aviación Militar. Ello le permitió hacer contactos dentro de las Fuerzas
Armadas, básicamente a través del teniente retirado Hugo Montesinos
Castillo, muy vinculado al ala izquierda de la institución armada,
encabezada para entonces por el teniente coronel Hugo Enrique Trejo.
El
17 de abril de 1958, se produce la anhelada entrevista con Trejo en la
casa de la madre política de éste, Josefa Fernández de Mogollón, ubicada
en la urbanización Bella Vista. En dicha reunión el teniente coronel
Trejo se comprometió entregar a los revolucionarios cubanos un lote de
armas. Les dijo que se trataba de un lote de armas sin inventario
entregadas a Venezuela por el gobierno norteamericano en 1947, mediante
la Ley de Préstamos y Arriendos, con destino a la modernización de la
Infantería de Marina, pero que nunca habían sido usadas. Se trataba de
material bélico totalmente nuevo. Exigió, además el más estricto secreto
y la más rígida compartimentación.
De
inmediato Trejo ordenaría, en su condición de Sub Jefe del Estado mayor
Conjunto y a través del Servicio de Armamento de las Fuerzas Armadas,
que el material de guerra seleccionado fuese retirado del Cuartel San
Carlos, donde se encontraba depositado y fuese puesto a la orden del
Comando de la Infantería de Marina, con sede en Maiquetía, a cargo del
capitán de navío Armando López Conde.
Seis
días después, y con motivo de una crisis interna al seno de las propias
Fuerzas Armadas, en las que se venía produciendo una lucha por el
liderazgo entre Trejo y el Contralmirante Larrazábal, Presidente de la
Junta, se decide la salida de Trejo de su cargo y su nombramiento como
Embajador en Costa Rica.
Estando ya Trejo en
funciones en Costa Rica, recibe la visita de Gustavo Arcos, delegado
especial del Movimiento 26 de julio, quien le expone que las armas
prometidas aún no habían sido enviadas. Después de censurar acremente la
poca osadía, decisión y coraje, demostrados por las más elevadas
instancias de los mandos militares, en particular, y del Gobierno, Trejo
solicitó que se le mantuviese informado de la operación a través del
teniente Montesinos.
Esta
situación resulta en un duro golpe para los directivos del Movimiento
26 de julio en Venezuela, quienes de inmediato, y siempre a través de
los contactos militares de Pividal, buscan contactar al Contralmirante
Larrazábal, todavía Presidente de la Junta de Gobierno. El administrador
general de Radio Caracas TV, René Estévez, también miembro del
Movimiento 26 de julio se encarga de hacer el lobby para el contacto con
el Palacio de Miraflores. Por esta vía los directivos del Movimiento
entran en contacto con personajes militares del círculo íntimo del
Presidente de la Junta, como el capitán de navío Miguel Rodríguez
Olivares, el capitán de corbeta Héctor Abdelnour Mussa, el teniente de
navío Carlos Alberto Taylhardat y el capitán de navío Armando López
Conde, comandante de la Infantería de Marina y custodio, para ese
momento, de las armas ofrecidas. Igualmente, Pividal entra en contacto
con Fabricio Ojeda, antiguo miembro de la Junta Patriótica y le pone al
tanto del asunto. Guillermo García Ponce y Héctor Rodríguez Bauza,
connotados dirigentes comunistas, estaban también al tanto de estas
diligencias.
Por vía de
René Estévez y la mediación del dirigente del Partido Comunista de
Venezuela, Radamés Larrazábal, tío tanto del Presidente de la Junta como
del Comandante General de la Marina, se logra la anhelada audiencia.
Ésta se produce en los últimos días del mes de octubre con la presencia
de Manuel Urrutia Lleó, Presidente de Cuba en el exilio, Francisco
Pividal, Jefe de la Sección Venezuela del Movimiento 26 de julio, Carlos
Larrazábal, Comandante General de la Marina y hermano del Presidente y
el Edecán, capitán de corbeta Héctor Abldenour Mussa.
Urrutia
solicitó el reconocimiento del gobierno de Cuba en el exilio y ayuda
con armas para el Movimiento 26 de julio. En cuanto al primer punto,
Larrazábal manifestó complicaciones de orden interno que le impedían dar
ese paso. Respecto a las armas, y en conocimiento de la orden dada
meses atrás por el teniente coronel Trejo y su posterior custodia por la
Infantería de Marina, el Presidente de la Junta acuerda el envío de las
mismas.
Operación Cóndor
Inmediatamente
después de la audiencia, Larrazábal ordena la preparación y ejecución
de la operación “Cóndor”. La misma estaría a cargo del contralmirante
Larrazábal (Cóndor 2), capitán de corbeta Héctor Abdelnour (Cóndor 4)
encargado de la adquisición de un avión para transportar las armas, el
cual sería adquirido con dinero donado por el gobierno. Además, en su
condición de radio aficionado reconocido, se comunicaría con las
estaciones clandestinas ubicadas en la Sierra Maestra como enlace radial
directo con Fidel Castro (Cóndor 1). La estación de radio se
identificaba como “Cinco estrellas orientales”. El Presidente de la
Junta (Cóndor 2) efectuaría el enlace con la sección venezolana del
Movimiento 26 de julio a través de su amigo René Estévez. No habría
comunicación directa con él.
Al
día siguiente el teniente de navío Carlos Alberto Taylhardat es citado
al despacho de comandante general de la Marina, situado en el piso uno
de la torre Sur del Centro Simón Bolívar, en El Silencio.
Inmediatamente,
el contralmirante entró en materia: «Te vamos a encomendar una misión
secreta. Se ha decidido prestarle ayuda a Fidel Castro. Tu misión
consistirá en coordinar el envío de un cargamento de armas, municiones,
medicinas, equipos de campaña, botas y uniformes a través de un puente
aéreo desde Maiquetía. Coordina desde ya con el capitán Abdelnour y con
el capitán de navío López Conde, quien tiene las armas bajo custodia en
el Batallón de Infantería de Marina en Maiquetía.
Tú serás conocido como Cóndor 3”.
El
secreto de la operación ― al margen de los restantes miembros de la
Junta de Gobierno, del Ministro de la Defensa, del Jefe de Estado Mayor
Conjunto y del resto de los comandantes de Fuerza – se encontraba
garantizado por la existencia del Decreto Nº 288 emanado el 27 de junio
de 1958, que le confería autonomía operativa y administrativa a cada
Fuerza, anulando gran parte de las competencias del Ministro de la
Defensa y la supervisión del recientemente creado Estado Mayor Conjunto.
Esta sería una operación de la exclusiva competencia de la Marina.
El
13 de noviembre, el contralmirante Wolfgang Larrazábal, anuncia al país
su disposición a participar como candidato del partido Unión
Republicana democrática (URD) a la presidencia del país, lo que
implicaba su retiro de Presidente de la Junta de Gobierno, el cual se
haría efectivo dos días más tarde.
Previendo
cualquier escenario posible en la contienda electoral que pudiese
estorbar los planes trazados por la sección venezolana del Movimiento 26
de julio, la directiva del mismo decide reunirse con Rómulo Betancourt,
candidato presidencial del partido Acción Democrática (AD). Sin ningún
tipo de ambages, Rómulo le dice a los delegados que lo visitan, que no
sólo el Movimiento 26 de julio estaba combatiendo en Cuba, para derrocar
la tiranía de Batista, sino también otras organizaciones políticas
tales como el Directorio Revolucionario, la Organización Auténtica y el
Partido Ortodoxo y que estas también deberían recibir apoyo de todo tipo
por lo que, en el caso que Venezuela tuviese que contribuir con armas y
municiones, su opinión era que deberían distribuirse equitativamente.
La
posición de Betancourt alarma a los miembros del Movimiento 26 de
julio, quienes deciden, el 15 de noviembre y en medio de un brindis por
su candidatura presidencial, visitar al contralmirante Larrazábal en su
residencia ubicada en Santa Mónica. Francisco Pividal, dejaría
constancia de lo allí tratado:
A
poco de las felicitaciones de brindis, comenzó a caminar con mucha
lentitud hacia el patio de su casa. Le seguíamos Luis Buch, Luis Orlando
Rodríguez y yo. Cuando nos consideramos a salvo de miradas imprudentes y
de escuchas indiscretos, le comentamos nuestro cambio de impresiones
con Rómulo. Con mucho aplomo y recalcando sus palabras, nos manifestó
con energía y firmeza que él era el presidente de Venezuela y, por
tanto, solo él dispondría de cuándo y a quiénes se entregarían las
armas.
Casi a quemarropa, aludimos también a las posibilidades de perder los pertrechos. Con extraordinaria valentía, respondió:
“¡Venezuela se ha comprometido y su Presidente cumplirá!”
Un
fuerte abrazo selló aquella expresión de bizarría inaudita. Solo nos
quedaba esperar el momento oportuno para que el contralmirante diera
curso a la salida de las armas.
Pero
había un problema. El contralmirante Wolfgang Larrazábal ya no era el
Presidente de la Junta de Gobierno, sino un ciudadano más, sin potestad
para ordenar lo que ocurriría luego.
El robo de las armas
El
21 de noviembre de 1958, el encargado de los Depósitos del Servicio de
Armamento, ubicados en el Cuartel San Carlos, produce una orden de
movimiento para justificar la salida del material que desde el mes de
abril había salido de esa sede y se encontraba custodiado en el batallón
de Infantería de Marina Nº 1 en Maiquetía. El material en cuestión,
según el documento firmado por el Mayor Emiliano Peña Peña, iba
destinado al apostadero naval de Punto Fijo.
Se trataba de 11 cajas contentivas de:
150 fusiles Garand calibre .30-06 cada uno con su portafusil y tres peines en bloque, con ocho cartuchos. 20 fusiles ametralladores Browning (BAR) calibre .30-06 con tres cargadores llenos. 10 ametralladoras livianas calibre.30 con su respectivos ajustes. 35 cajas de munición calibre .30 con 100.000 cartuchos. Una caja contentiva de 100 granadas fragmentarias.
Todo
este material era completamente nuevo y sin usarse, con las armas
recubiertas de su grasa protectora original. Se trataba, pues, de
material para equipar totalmente a una compañía regular de infantería y
ponerla inmediatamente en capacidad de combatir.
Esa
misma semana y por instrucciones directas del capitán de navío Armando
López Conde, comandante de la Infantería de Marina, las armas fueron
colocadas en seis camiones y ubicadas en el extremo oeste de la pista de
aterrizaje del aeropuerto de Maiquetía, siendo custodiadas fuertemente
por efectivos del batallón de Infantería de Marina Nº 1.
El
30 de noviembre, los directivos de la sección venezolana del Movimiento
26 de julio se reúnen con el Comandante General de la Marina en sus
oficinas del piso uno de la torre sur del Centro Simón Bolívar. En esa
reunión el Contralmirante Carlos Larrazábal, hermano del candidato,
despliega ante sus visitantes un mapa de la provincia cubana de Oriente y
seleccionan los posibles lugares de aterrizaje o de desembarco de armas
en el supuesto que fracasare lo primero. También allí se determinan los
probables lugares de aterrizaje para llevar las armas a la isla y se
colocan los nombres en clave. Los campos seleccionados para el
aterrizaje en la sierra son Mayará arriba (Ana), Esmeralda (Marta) Agrio
(María Naranjo) y Calabaza (Luisa). Tres días después se incrementa el
número de campos de aterrizaje previstos y se añaden La Plata (Alfa),
Cayo Espino (Bravo), Caridad Mota (Coca), Cieneguilla (Delta), Ocujal
(Eco), Belic (Felipe) y Macho (Golf).
Esta
información fue transmitida inmediatamente a Fidel Castro por medio de
la estación de radio aficionados ubicada en Venezuela denominada “Cinco
estrellas orientales” y operada por el capitán de corbeta Héctor
Abdelnour Mussa desde su domicilio.
El
otro problema a ser resuelto consistía en la adquisición de una
aeronave con prestaciones suficientes para llevar a cabo la tarea de
transportar las armas y equipos ofrecidos a los rebeldes cubanos. Aunque
el Movimiento 26 de julio en el exilio había intentado adquirir un
avión tanto en Colombia, como en México, la escasez de fondos y diversos
problemas con los aparatos ofrecidos, habían dado al traste con esa
tarea.
A petición del
Movimiento, Larrazábal dispondrá recursos del Estado venezolano para la
compra del avión. Se seleccionó un avión Curtiss Commando C-46,
perteneciente a la aerolínea venezolana AVENSA. Se trataba de una nave
de amplias prestaciones para transporte de carga y evacuación de
heridos, probada en todos los teatros de operaciones en la segunda
guerra mundial y dado el número de unidades construidas, lo
suficientemente común como para pasar desapercibida. Tenía una capacidad
de transporte de alrededor de seis toneladas por viaje y un alcance de
4.750 km. La compra del avión le fue encomendada al capitán Abdelnour.
El
4 de diciembre, el referido capitán de corbeta Abdelnour, que
continuaba en su cargo de edecán de la Presidencia realiza la compra de
un avión Curtis C-46, serial 264 a la empresa Aerovías Venezolanas S.A.
(AVENSA) a nombre de una empresa fantasma de nombre Compañía Anónima
Agropecuaria Motilón. El pago fue hecho con dos cheques, el primero el
cheque Nº 438 del Banco Ítalo-Venezolano por Bs. 190.380,00, al portador
y endosado por Abdelnour y el segundo del First National Bank of New
York a favor de Aerovías Venezolanas, S.A., por Bs. 94.000,00 y firmado
por él. El recibo original estaba firmado por el contralor de la
empresa, un tal señor Antonio Peña, que resultó ser hermano de la
persona que había autorizado el traslado de las armas desde el cuartel
San Carlos. El dinero saldría de la partida secreta del Palacio de
Miraflores.
Unos días después, cuando ya la
operación Cóndor estaba en curso, el Director de Aeronáutica Civil, el
capitán Horacio López Conde, hermano del capitán de navío que tenía las
armas bajo custodia desde el mes de abril, le asigna a dicho avión las
siglas YV– P– EPV, según comunicación del 10 de diciembre de 1958.
A
todas estas la operación continuaba sin que la Presidencia de la
República, los ministros de Defensa y Relaciones Exteriores, ni los
restantes comandantes de Fuerzas supiesen absolutamente nada.
Mientras
tanto, y ante la inminencia del proceso electoral, Fidel Castro sugiere
que la operación se realice el día 6 de diciembre, pues el país entero
estaría pendiente del proceso electoral y ello garantizaba tanto el
secreto de la operación como reducía las posibilidades de algún
inconveniente de última hora, en el caso de que el Gobierno nacional se
enterase. Larrazábal, por medio de Abdelnour, acepta la fecha sugerida.
El
día 5 de diciembre Fidel Castro, desde la Sierra Maestra, envía un
cifrado a través de Radio Rebelde y de las estaciones de
radioaficionados ubicadas en Venezuela, que se comunicaban directamente
con los mandos del Movimiento. En esa comunicación se ordenaba activar
la operación de traslado de las armas a partir del 6 de diciembre a las a
las 8:30 p.m., para arribar a Cuba pasadas las 12. Igualmente indicó
las personas que debían viajar en ese vuelo. Carlos Urrutia Lleó, su
esposa e hijo, el comandante rebelde Luis Orlando Rodríguez, Enrique
Jiménez Moya, el capitán Willy Figueroa Alfonso y Luis Buch.
Al
atardecer del día fijado, el teniente de navío Taylhardat procede a
embarcar la primera parte del material. Mayormente, armas, municiones y
medicinas, todo bajo la colaboración y custodia de la Infantería de
Marina. Esa noche, los pasajeros seleccionados fueron llevados a un
edificio en La Guaira, donde cambiarían su ropa por uniformes militares
del ejército rebelde, siendo conducidos luego a la pista de aterrizaje
del aeropuerto de Maiquetía en vehículos militares y escoltados. Al
frente de esa operación estaban Ricardo Lorié, responsable bélico del
Movimiento 26 de julio en el exilio y el referido teniente de navío
Taylhardat.
Una vez
terminada la carga el avión y abordados los pasajeros, el capitán de
corbeta Abdelnour, quien presenciaba el embarque, recuerda que Wolfgang
Larrazábal deseaba enviar a Fidel un fusil automático liviano (FAL) como
regalo personal. Como en ese momento no había alguno disponible, el
teniente de navío, Carlos Alberto Taylhardat, entregó el que tenía como
dotación individual para que se lo llevaran a Castro. ¡Curiosa manera de
disponer alegremente del material bélico de la Nación!
Los
pilotos de la aeronave eran José R. Segredo (el Petiso) y Humberto
Armada, con los nombres claves de Inciarte y Guillot, respectivamente.
El plan de vuelo declarado ante la torre de control de Maiquetía llevaba
la ruta Maiquetía-Kingston-Miami. La ruta verdadera era Maiquetía-La
Orchila-Sierra Maestra. La ruta declarada daba tiempo suficiente para
que una vez llegado el avión a la Sierra Maestra y descargadas las armas
y el personal, la aeronave podía regresar a tiempo a Kingston, a fin de
evitar que fuese declarada como desaparecida, lo que provocaría
acciones de búsqueda y rescate aeronáutico que podrían al descubierto el
plan de vuelo real y comprometer toda la operación.
Dado
que las ochenta y cuatro cajas de armas y municiones excedían las
prestaciones de carga del avión, el vuelo no estuvo listo para partir
sino hasta las 10 de la noche, hora en que por fin emprende el primero
de los viajes a la Sierra Maestra.
En
el transcurso del día se produce un incidente de carácter diplomático.
De conformidad con la naturaleza del contralmirante Larrazábal y a pesar
de su abierta simpatía con el Movimiento 26 de julio, no se habían roto
las relaciones entre Cuba y Venezuela, por lo que la embajada de ese
país continuaba funcionando con normalidad.
El
agregado militar cubano, coronel Pedro Barreras, tiene conocimiento,
finalmente, de la operación de embarque de armas y logra comunicarse con
el Presidente Sanabria, poniéndole al corriente de lo que desde hacía
meses estaba sucediendo. Éste, profesor de Derecho Constitucional en la
Universidad Central de Venezuela y profundamente apegado a la Ley,
ordena al Director de la muy incipiente Policía Técnica Judicial, que se
dirigiese al Aeropuerto de Maiquetía e impidiera la salida del vuelo.
Cuando
ya el avión estaba en el aire, llega el Director de la PTJ a la rampa
donde se estaba haciendo la carga. Allí, de forma insolente, los
delegados del Movimiento 26 de julio, amparados en la presencia de un
edecán del propio Larrazábal y del comandante del Batallón de Infantería
de Marina, le dicen al funcionario policial que le informe al
Presidente Sanabria que había llegado tarde y que el vuelo no se haría
regresar de ninguna manera. A Rodolfo Plaza Márquez, el Director, no le
quedó más remedio que volver a Caracas a informar al Presidente Sanabria
de lo acontecido.
Una
vez enterado de los acontecimientos, Sanabria se comunica personalmente
con Wolfgang Larrazábal y llama a su presencia al Ministro de la
Defensa. Es en ese momento, horas antes de las primeras elecciones
democráticas en el país en mucho tiempo, cuando por fin las más altas
autoridades de la defensa de la nación, se enteran de los pormenores de
la operación.
Ante la
disyuntiva de establecer responsabilidades y proceder a la detención de
los involucrados, incluyendo a un candidato presidencial y un comandante
de Fuerza o apuntalar la muy novel y esperanzadora democracia en el
país, el viejo profesor universitario se decide por lo segundo. La
estabilidad del país bien valía unas armas en depósito de la época de la
Segunda Guerra Mundial.
El
primer vuelo del puente aéreo con la mayoría de las armas, tiene una
duración de tres horas. A la una de la mañana del 7 de diciembre, el
Curtis C-46 aterriza en la localidad Delta (Cieneguilla), en las
estribaciones de la Sierra Maestra, y se procede al descenso de los
pasajeros y descarga del material, todo ello supervisado por el
comandante rebelde Crescencio Pérez.
Continua la Operación Cóndor
En
vista de que la capacidad de carga del avión adquirido no permitía
embarcar todas las armas y municiones en solo viaje, Castro y
Larrazábal, de común acuerdo, deciden continuar la operación, tanto para
llevar el resto de las armas, equipos, 500 uniformes militares,
alimentos y medicinas, como para evacuar heridos y enfermos que serían
atendidos en clínicas y hospitales de Caracas.
Entre
el 7 y el 26 de diciembre se efectuarían cuatro vuelos más a la Sierra
Maestra, todos coordinados por el teniente de navío Carlos Taylhardat,
quien indicaba que:
«Sobrevolamos
la zona donde debíamos aterrizar, en medio de la noche oscura, y de
repente vimos un rectángulo iluminado con fogatas hechas con bidones de
aceite llenos de kerosene, para iluminar el área de aterrizaje. Antes de
que el avión se detuviera en la improvisada pista, se lanzaba una rampa
donde comenzaban a bajarse a toda marcha las provisiones y municiones.
Luego subieron un grupo de heridos, y en pocos minutos, el avión se
encontraba otra vez en el aire. Descargamos el avión en 20 minutos, que
era el tiempo que nosotros estimamos en que la aviación de Batista
reaccionaría».
Estos
vuelos, con la misma ruta ficticia, aterrizaban en la Isla de la Orchila
como escala de ida y vuelta y luego seguían a su destino. Para el
momento esa isla poseía, una pista de aterrizaje asfaltada, bien
construida y que permitía la operación de cualquier tipo de aviones de
carga existentes en Venezuela para la fecha. Los vuelos se iniciaban al
anochecer para evitar posibles detecciones. El avión se reportaba a la
torre de Maiquetía con destino a La Orchila supuestamente para pernoctar
en el sitio.
Después de oscurecer despegaba de
nuevo, sin reportarse esta vez, en pleno secreto cumplía su misión de
apoyo a las guerrillas en la isla cubana y regresaba en la mañana
siguiente a Maiquetía, reportando a la torre de control que procedía de
la Isla de la Orchila.
Una
tarde aterriza en la isla un avión Curtis C-46, de aspecto sucio y
descuidado, sin siglas visibles, ni marcas ni bandera (aunque todo el
mundo sabía que pertenecía a la línea aérea AVENSA.). El alférez de
navío Juan Bautista Rojas Benavides, comandante del pelotón de custodia
de las instalaciones, procedió a acercarse a la pista con el fin de
interrogar a la tripulación del avión. Al observar la carga, se hizo
evidente que el avión transportaba material de guerra. Al solicitar las
explicaciones del caso, los pilotos, que se identificaron con marcado
acento cubano como Inciarte y Guillot, se limitaron a dar esos nombres
(que eran los seudónimos correspondientes a José R. Segredo y Humberto
Armada) y que se encontraban cumpliendo una misión especial.
Los
pilotos cubanos pretendían que el oficial a cargo aceptara como válido
el argumento de la “misión especial”, cuando a simple vista se trataba
del aterrizaje de una nave sin identificación, que transportaba material
de guerra y que había aterrizado en una instalación oficial sin
presentar ninguna documentación que lo justificara.
El
comandante de la instalación procedió por propia iniciativa a detener
preventivamente el avión, ordenando al sargento reemplazante y a una
docena de infantes de marina que rodearan el aparato y no permitiera a
nadie ni bajar ni subir. Además recalcó con mucha claridad que “si
alguien intentaba encender los motores, le desinflaran los cauchos a
tiros”. Acto seguido procedió a llamar por radio a su comando superior,
informando sobre la novedad existente. Como no había sido dotado de
libro de claves, debió hacerlo en lenguaje claro. No tuvo más remedio
que hacerlo así, era la única opción que tenía a mano. La respuesta
tardó algo en llegar. Allá en el comando de la unidad, en Maiquetía,
cundió la alarma, nadie sabía qué hacer ni que responder porque tampoco
estaban en pleno conocimiento del asunto. Un total desbarajuste.
Al
final, tal vez una o dos horas después el capitán de navío Armando
López Conde, ordenó al oficial al mando que permitiera la salida del
avión y recomendó además que el oficial fuera severamente reprendido por
haber transmitido ese tipo de novedad en lenguaje “no cifrado”.
El
oficial reconvenido buscó consejo en un familiar inmediato, el mayor
Camilo Vethencourt Rojas, quien por ese medio se enteró de los
pormenores del asunto. Éste informó a sus comandos superiores y por esa
vía al comandante del Ejército. La misión había dejado de ser secreta.
Las
armas enviadas por Venezuela fueron utilizadas en la ofensiva sobre los
pueblos de Palma Soriano y Maffo, combates a nivel de compañía
ensalzados como “batallas” por la historiografía oficial cubana. Según
la misma, una vez recibidas las armas en Cieneguilla, el comandante
Crescencio Pérez recibía las armas procedentes de Venezuela, y sin
autorización alguna decide abrir las cajas que contienen el armamento.
En la operación se confunden las balas por la entrega precipitada de las
mismas y Fidel, furioso, ordena que traigan a la Comandancia, en
calidad de detenido, a Crescencio. Allí lo amonesta y reclama por haber
abierto las cajas de municiones sin autorización y por las probables
consecuencias que pudiese traer el confundir las municiones de cada
arma. Lamentablemente a los hagiógrafos de Castro se les pasó por alto
un detalle: todas las armas y las municiones entregadas eran calibre
.30-06 por lo que no había posibilidad alguna de confusión. Tal vez sólo
el genio de Fidel podía encontrar alguna diferencia.
De
igual tenor es la conseja cubana relacionada con los fusiles
entregados. Según ésta, los ciento cincuenta Garand que se envían a la
Sierra llegan defectuosos por el tiempo que estuvieron sin usarse.
Los
muelles se habrían sobre-estirado, por lo que se hizo necesario
repararlos en la armería revolucionaria ubicada en Charco Redondo. Las
armas entregadas estaban completamente nuevas y con su grasa original,
diseñada precisamente para evitar cualquier desperfecto por lo que la
conseja no sólo carece de sentido, sino que es una prueba del verdadero
“agradecimiento” por la ayuda recibida.
El
30 de diciembre finaliza el combate de Maffo, llevado a cabo
enteramente con las armas donadas por Venezuela. Este fue un hecho de
guerra determinante para el triunfo de las tropas revolucionarias, pues
fue el preludio para la toma de Santiago de Cuba. Su triunfo permitió a
los rebeldes el control militar de la estratégica Carretera Central y
con la captura de Palma Soriano prácticamente quedaba libre el camino a
Santiago de Cuba.
Dos
días después, los revolucionarios cubanos se harían con el poder. La
operación “Cóndor” fue una operación de solidaridad internacional,
planificada, conducida y financiada por funcionarios venezolanos, al
margen de la Ley y de la política exterior del Estado, disponiendo de
recursos de la Nación y proporcionando a particulares de otro país un
armamento propiedad de las Fuerzas Armadas, sin el conocimiento del
Presidente de la República, su Canciller y su Ministro de la Defensa,
todo ello en nombre de la generosidad venezolana y el espíritu de
Bolívar.
A los responsables de la operación jamás se les castigo, siendo la operación totalmente exitosa.
Fernando Falcon
¡Viva Venezuela y su principio liberador de pueblos y naciones!
¡Viva la Revolución Cubana!